Mi papá tiene 80 años.
Edad para dedicarse a cuidar sus matas, distraerse en la web (Skype, cursos
Online, chats, escribir), pelear con los perros e irse de rumba con los
jubilados INCE. Resulta que, ante la
grave escasez de alimentos que vive en el interior del país, mucho más grave
que la que se experimenta en Caracas, le ha tocado salir a buscar comida, eso
sí, sin librarse de hacer la respectiva cola. Porque, a la hora de buscar lo
que NO HAY, ser de la tercera edad no es argumento para pasar primero.
Este señor, salió un
día a un Mercal que queda cerca de su casa a comprar pollo y leche. Llegó a las
7am y le tocó el último número, 120. Es decir, antes de él había 119 personas y
tuvo suerte, de encontrar cupo, dada la hora. Cuando entró, eran las 9am, se
dirigió a buscar su pollo y su kilo de leche y encontró a una persona que, con
cara de lamento, le informó: “Señor, los pollos se acabaron, es que solamente enviaron
100. La leche también se acabó, solo llegaron 100 bolsas.”
Unas semanas antes, mi
mamá, de 70 años, salió de casa a las 5am a hacer cola porque escuchó cuando
una persona le decía a otra: “Mañana llega leche”. Ella y su nieta, esperaron
cuatro horas, de pie, para comprar cada una, tres kilos de leche. Esa fue la
mayor alegría de esa semana ya que, desde hacía varios días, en el desayuno el
café con leche había sido sustituido por un “guayoyo” y en la merienda, se
añoraba el café con leche.
Historias como éstas,
se repiten a lo largo y ancho del país. Las personas de la tercera edad han
pasado a formar parte de la población que transita por pueblos y ciudades
tratando de encontrar alimentos básicos como leche, harina de maíz, aceite, azúcar,
café y pollo. Han dejado las conversaciones con sus vecinos, las novelas de la
tarde y el cuidado de los nietos, para incorporarse a esa búsqueda que genera
angustia y zozobra.
Y, por si fuera poco,
cuando van a cobrar su pensión, encuentran otra cola. Soy testigo de que han esperado
hasta seis horas a la puerta de un banco
en el que hay una sola cajera atendiendo a pensionados y público en general. Mi
mamá se salvó porque ese día fui con ella y, después de esperar una hora, supe
que podíamos ir a otra agencia, en otro municipio, donde cobró su pensión luego
de esperar “sólo 40 minutos.”
Cuando me preguntan porque
protesto, respondo que por la vida que llevan mis padres en el interior del
país. Protesto por las humillaciones que sufre el venezolano ante la escasez
criminal impuesta por este régimen, mientras que unos pocos disfrutan de la
renta petrolera. Protesto porque al transitar la distancia Caracas – Valencia encuentro
esta Venezuela empobrecida, que se cae a pedazos y me resisto a que esto
ocurra. Mis padres quieren y merecen una vida digna en una Venezuela mejor.
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¡Así es amiga! Nuestros padres, nuestros hijos y todos nosotros merecemos una vida digna. Me voy a tomar el atrevimiento de compartirlo para que otros tengan la oportunidad de leer este excelente post.
ResponderEliminarSaludos!